Empezamos por la primera, que, como no, no podría ser otra que el magnífico mural de la Esperanza, sito frente al Puente de Santo Domingo.
Esto es lo que comentamos de ella en el libro de los retablos cerámicos de Vírgenes.
Por su parte, la devoción y
popularidad en Málaga de María
Santísima de la Esperanza, tiene
fiel reflejo en los trece mosaicos artísticos que se han podido catalogar hasta el momento, a
los que se añade el conjunto de escenas vidriadas de los laterales de su
basílica. Como se decía en el primer libro de esta colección, los archicofrades
de la década de los años veinte del siglo pasado significaron una avanzadilla
del exorno cerámico de los espacios públicos, en consonancia con el auge
experimentado por la corporación dominica y la influencia estética de la
advocación homónima hispalense. La noticia de la bendición de la pareja de retablos vidriados del Moreno y Su Madre frente al Puente de
los Alemanes el 6 de febrero de 1931, tuvo que producir un gran impacto en la
sociedad malacitana del momento, aunque por desgracia la corriente emulatoria
que podría haber generado quedó cercenada por los lamentables sucesos acaecidos
dos meses después. Sin embargo, los murales de Santo Domingo permanecieron como
memoria histórica vidriada, con un
Nazareno perdido y una Virgen excesivamente lujosa ante la miseria de la
posguerra. Así, tras una década de existencia los esmaltes ya parecían de otra
época, y desde su atalaya perchelera observaban a la ciudad, reivindicando la
esencia cofrade de aquel barrio y aportando una nota de esperanza en el sombrío
paisaje que los rodeaba.
Los talleres de Hijo de José Mensaque y Vera realizan una orla común,
que en el caso de la Esperanza cobija una estampa extraída de una fotografía
devocional en blanco y negro del estudio Osuna. Aquí comienza la genialidad de
un anónimo pintor, ya que el trabajo carece de firma, aunque podría sugerirse por dos motivos la
posible autoría de José Recio del Rivero. En primer lugar la afirmación se fundamenta en
la novedad que para el horno suponía un trabajo para el mercado malacitano, por lo que es de suponer que al menos los
titulares fueran realizados por el pintor más cualificado del taller, aunque en
la cenefa decorativa pudiesen además intervenir otros pinceles. Y en segundo lugar, puede adjudicarse la paternidad a Recio, porque al ser
malagueño de nacimiento, quizá puso un
empeño especial en su realización. Así, a los 57 años de edad, en plena madurez profesional, tal vez realizó esta obra cumbre de su nómina
de trabajos, siendo observado muy de cerca por su joven hijo Eloy, que una década después pintaría el mural de
la fachada de la parroquia de San Pedro,
en cuya firma homenajea a su padre, reconociéndole la autoría del diseño. Por
tanto existe una conexión artística y familar
entre los murales de la Esperanza y la Expiración, separados por una
década y media, pero sobre todo por una contienda fraticida, siendo nexo de
continuidad de la por entonces escasa tradición vidriada.
Analizando la producción del
taller de Mensaque en el periodo de vigencia de esta firma entre 1922 y 1946,
se puede afirmar que la orla en cuestión es una idea exclusiva, de aire
moderno, más aún al presentar una configuración asimétrica con tres partes bien
diferenciadas. En la superior se propone un discurso abigarrado e irregular con
hojas de acanto, flores y óvalos, que rompe con una celosía de rombos amarillos
sobre fondo marrón oscuro. Por otro
lado, la repisa remite a los azulejos altos, pero desarrollando piezas más
grandes con especial protagonismo de una ménsula alada.
La Virgen aparece con sus
mejores galas, con corona imperial dorada y jalonada de perlas que recorren el
canasto y los rayos, cuya irregularidad confiere a la estampa un aire
espontáneo. Estos adornos no formaban parte de la presea, sino que en algunas
solemnidades y para la procesión, las camareras prestaban sus collares para
enriquecer el conjunto, de ahí que las cuentas no siempre cuelguen en simetría.
El pintor desvela el rostro de la Madre, dando
más protagonismo a las facciones en relación al modelo fotográfico e imagina
una paleta cromática en el ajuar del pecherín, donde de manera magistral la técnica
de la cuerda seca consigue reproducir las joyas. Son reconocibles los pendentifs decimonónicos de oro y
esmeraldas que regaló la viuda de Cárcer. Además, la mano derecha queda medio
oculta por el pañuelo, pero la siniestra se presenta cuajada de anillos, con la
curiosidad del olvido de remarcar la uña del pulgar. En el discurso de rubís o
zafiros resalta una pieza que incluye la figura de un gallo, aludiendo al
anuncio de la traición. En un intenso fondo dorado resalta aún más el matiz
verde esperanza del manto, carente de toca ya que la imagen nunca la llevó
antes de 1931, con excepción de algún besamanos.
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