A saber, el icono mariano se expresa en todo su esplendor, en un majestuoso ejercicio de definir su rostro, manos, pies, al igual que el Niño, estando todo el conjunto cuajado de bordados y pliegues que tienen su máxima expresión en la toca. De todas maneras, las facciones de la Virgen idealizan el modelo original, con una impresión personal de que tiene una mirada más ensimismada y un cierto aire oriental. Especial maestría se plasma en el escapulario carmelita que parece en un plano anterior, con sensación de tirantez del cordón que lo sujeta.
Cómo no, el fondo de la pieza tiene que ser marinero, y así Málaga sirve de telón idealizado de unas jábegas faenando y los dos iconos locales, como son la Catedral y la farola, como las dos luces que nos guían. Málaga, ciudad entre el mar y la montaña, y en el horizonte, los montes de Málaga que se fusionan con el cielo. La mezcla de azules y verdes es soberbia.
Se siguen añadiendo elementos definitorios del mural, y así aparece la heráldica, es decir los emblemas y escudos, que en este caso los de la ciudad de Málaga y el de la corporación, que vienen albergados en las pechinas que genera el arco de medio punto que sirve de tejaroz para el mural.
Y culmina el discurso vidriado con una cenefa habitual de este horno, que juega en sus roleos con los bordados de la Virgen, creciendo en la parte inferior, a modo de un cajillo de trono, para dar espacio suficiente a una peana explicativa, que sobre fondo blanco utiliza una caligrafía mayúscula en negro para conmemorar la Coronación de la Madre el 18 de julio de 2004, hace pronto una década. Como detalle, pueden fijarse cómo la firma del artista figura casi mimetizada en la parte inferior derecha del manteo.
Todo mural debe cuidar una buena colocación, iluminación y tejaroz. Por desgracia, éste de la Virgen del Carmen, tuvo sus vicisitudes y el lugar elegido a la entrada de calle Ancha parece ser que no fue el escogido originalmente. Conversaciones con algunos hermanos nos ratifican que la idea inicial era ubicarlo en la propia parroquia, en concreto en su fachada de piedra, produciendo un bello contraste cromático. Por desgracia no pudo ser, más aún cuando se comprueba los modernos anexos que ha recibido la fachada en su flanco norte. Creo que esta ubicación hubiese sido perfecta, y quizá acompañada en su otro lado con un mural del Chiquito, el otro referente devocional del barrio. No sería la primera vez que un templo de siglos pasados se ve enriquecido en épocas posteriores con azulejería de calidad, como ya ocurre en el interior del edificio con el mural de San Antonio María Claret en una de sus capillas.
Y si mala fue la noticia de la negativa, peor fue la altura del espacio escogido, ya que es excesiva, dificultando su correcta visión ya que la calle es estrecha y la perspectiva complicada a lo que se le une unos farolitos seriados impropios de esta obra de arte. Estamos por tanto ante una maravilla que no luce en todo su esplendor. Seguro que el nuevo mercado sí acogera de buen grado un mural vidriado más cercano al devoto, porque éste de Pablo Romero está más cerca del cielo que de la tierra.
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