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lunes, 25 de diciembre de 2017

4.186.- Mosaico de la Soledad de San Pablo. Interior casa hermandad en calle Trinidad, Málaga.

DEL LIBRO, "MARÍA EN LOS RETABLOS CERAMICOS DE MALAGA"

Si hay que optar por el retablo cerámico más monumental e impactante de la ciudad de Málaga, ese es sin duda el que la cofradía del Santo Traslado cobija en el salón de tronos de su casa hermandad de calle Trinidad. Se trata de un conjunto único y casi irrepetible con la doble firma de José Medina Moreno para el lienzo vidriado y de F. Ceballos para el trabajo arquitectónico que envuelve a la azulejería.



Las circunstancia de este mural son ciertamente providenciales. Así hay que referir la figura de  Francisco Sánchez Rodríguez, potentado industrial de posguerra nacido en el Puerto de Santa María, casado y con diez hijos y que residió tanto en Sevilla como posteriormente en Málaga, justo en una casa unifamiliar en la calle Actriz Rosario Pino nº 10, a la espalda del antiguo hospital de la Cruz Roja. El empresario regentó durante décadas la Metalúrgica Malagueña Metalsa, dedicada a la fabricación de envases metálicos para aceites, carnes de membrillo o conservas, con sede en la entonces apartada zona industrial del Camino de la Térmica.  Este padre de familia fue un ferviente católico, comprometido con sus trabajadores hasta el punto de donar los terrenos colindantes para la construcción de un grupo de viviendas, erradicando parte del chabolismo endémico de la zona, al crear en colaboración con el admirable sacerdote D. Francisco Acevedo la Cooperativa San Patricio. 



Por testimonios de algunos de sus hijos, se le podría considerar una persona  mariana y cofrade, que mantuvo cierta vinculación con el mundo de las hermandades, y en especial con la fraternidad de la Soledad de San Pablo, tal vez porque el entonces hermano mayor, Manuel Villalta, se dedicaba al negocio conservero del pescado, participando en alguna ocasión en la presidencia de la procesión del Viernes Santo.  Su ayuda a la corporación  de San Pablo queda en el anonimato pero no así el mural que adosó al paramento de la vivienda sita en su factoría. Cuentan que los trabajadores se santiguaban todas las mañanas al pasar ante el mosaico que se consideraba como la salvaguardia de todos ellos.  Por tanto se trata de un azulejo doméstico de fácil visión desde la vía pública dentro de un contexto laboral.  Llama por ello la atención que uno de los mejores vidriados se encontrase en una zona despoblada del extrarradio y allí permaneció hasta el desmantelamiento y abandono de la fábrica en la década de los años noventa de la pasada centuria, pasando a ser adquirida por el Ayuntamiento. La afición de Sánchez por la azulejería se enmarca dentro de su afinidad por el arte, y así su casa disponía de obras de imaginería, pintura, rejería y zócalos de gran calidad,  y asimismo cuenta con un impresionate mural vidriado de la Esperanza de Triana, quizá influenciado por el origen sevillano de su esposa, que se relatará posteriormente.




Se desconoce el motivo por el que el encargo de la Soledad de San Pablo se hizo a un taller menor en la calle Antillano Campos 22 del barrio de Triana, como así queda reflejado en el vidriado, y tampoco hay constancia de la autoría del diseño, y asimismo sorprende que no buscase uno de los afamados alfares de finales de los cincuenta. Además, el mural tiene el valor añadido de ser una de las escasas obras de Medina para España, ya que pocos años después de su realización, justo en 1964, el ceramista emigró a Chile donde ha dejado un importante legado artístico. Por tanto, el empresario apostó y acertó con un pintor de escasa producción, que realiza para Málaga su obra cumbre. Una nueva incógnita radica en el hecho de que la corporación no disponga de ninguna azulejería de aquel periodo, ya que las piezas vidriadas solían ser fruto de donaciones o mecenazgo, aunque de manera indirecta el retablo ha pasado a formar parte del patrimonio de la fraternidad décadas después, tras el desmontaje y reubicación del mismo en el salón de tronos. Por fortuna el abandono de la fábrica no propicio el robo del mural, aunque sí fue destruido un valioso banco de azulejos con motivos vegetales, una chimenea decorativa y desaparecieron sendos faroles en forja.



En el mosaico de Medina tan importante es el continente como el contenido. La plasmación de la Virgen es superlativa, logrando una asombrosa fusión entre la talla atribuida a Fernando Ortiz, desaparecida en los sucesos de 1931, y la recreación que Pedro Moreira gubiara en 1945. Destaca el perfecto enmarque del rostro, con azulejos cortados para adaptar la red nodular en un formato de 1,05 x 1,65 m. La figura de la Soledad toma forma de rombo, a tres de cuyos vértices se dirige de inmediato la atención. Se trata de la atracción que provoca la mirada interior de la Madre así como los gestos implorantes de las manos. Por otro lado, el dialogo de dorados y morados de la vestimenta es genial, creando la increible sensación de percibir en un azulejo esmaltado una representación de una imagen con vestes de madera encolada y policromada a modo de tejido. La vuelta del manto matiza los morados y asimismo el broche incide en la tirantez y rigidez textil, que en parte queda aliviada por el fino encaje dorado que lo recorre. El fondo de la estampa es una nebulosa azulada, abocetándose en los azulejos inferiores un doble paisaje de Jerusalén, lo que incide en la lejanía de la cima del Calvario y sobre todo en la soledad de aquel momento.  


        
El continente del retablo, con la firma de F. Ceballos, recuerda a las clásicas construcciones industriales neorregionalistas, como es el caso de la Tabacalera de la avenida Sor Teresa Prat, muy próxima a la antigua Metalsa. Se basa en dos columnas apoyadas en plintos cúbicos que soportan un frontón con arco escarzano que queda coronado por la heráldica de la corporación. Diversos apuntes esmaltados rodean el conjunto y así los citados plintos acogen óvalos con personajes de tradición clasicista y repertorio de grutescos. También aparece una cenefa polícroma alrededor del lienzo principal, con la advocación de la imagen y la fecha de realización, todo ellos configurando un conjunto armónico y elegante.
La obra debe entenderse dentro del ámbito de las producciones encaminadas a satisfacer la demanda del enraizamiento en la cultura andaluz, ámbito en el que lo culto y lo popular se imbrican con una fuerte adhesión a los modelos consolidados por la tradición. Además la pretendida recuperación de determinados modelos históricos ejercía una notable influencia en el gusto social. El retablo de Metalsa se inscribe en la corriente de recuperación de la tradición de la imaginería pero también dentro de las líneas de arquitectura regionalista e historicista. Ésta recuperaba modelos originados en el barroco hispalense, en concreto en la obra del arquitecto Leonorado Figueroa, que suposo la puesta al día del ladrillo aplantillado de tradición mudéjar, así como su fusión con el azulejo en el caso de la plaza de España de Sevilla, fraguada por el arquitecto Aníbal González con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929. Los talleres de José Medina manifiestan la vitalidad de estos supuestos tres décadas después.



El grupo de trabajo del taller Kibla Restauración desmontó y remozó el retablo, dándose la curiosidad de que han intervenido tanto en la restauración de la Virgen de la Soledad, así como en la de este mosaico con su imagen. La recuperación fue sufragada en 2002 por el Ayuntamiento de Málaga por un precio final de cuatro millones de pesetas. Inicialmente el mural no presentaba problemas estructurales aunque ofrecía un aspecto blanquecino por el deterioro de los barnices. No obstante, el proceso de arranque y traslado significó una serie de daños inevitables en este tipo de actuaciones. Ello también se debió a la elección del presupuesto más asequible, ya que la metodológía más idónea hubiese incrementado el coste en un cincuenta por ciento, ya que habría exigido el concurso de maquinaria pesada para la demolición parcial de la casa, liberando el muro del empuje de la cubierta y facilitando su corte y traslado en una sola pieza. Por tanto, se optó por la extracción por medios manuales, método que inevitablemente produjo un alto número de fracturas en las piezas de azulejería.



En ningún momento se planteó la conservación del retablo en su ubicación inicial, apuesta interesante ya que aludiría al pasado industrial de la zona. Sin embargo ello hubiera descontextualizado el  resultado final, como ya ha ocurrido con algunos otros vestigios artísticos, especialmente chimeneas ahogadas entre altas torres de viviendas.   
Hubo cierta controversia por la paradoja de que una pieza costeada con fondos públicos no se reubicase en plena calle y su acceso quedara supeditado al horario de una casa hermandad. Ante esta cuestión hay una doble respuesta.  En primer lugar, la disposición de la sede de calle Trinidad imposibilita su colocación en la fachada debido al inmenso portón que apenas deja espacio para ello, y existe un segundo motivo aportado por los propios restauradores, que incide en que la restauración del azulejo con el aplique de barnices en frío y resinas debilita sobremanera el vidriado, que pierde la resistencia originaria. Por ello es más aconsejable que permanezca en un lugar reservado de la intemperie. Así, tras el arranque de las losetas se realizaron diversas técnicas como el pegado y reconstrucción, el estucado para nivelar las superficies, la reintegración cromática de los estucados de los azulejos con pigmentos disueltos en barniz con la técnica del punteado o finalmente el barnizado.




Mención aparte merece el aparataje para el montaje del mural en la casa hermandad, teniendo en cuenta que su peso se eleva hasta casi una tonelada. Dado que el único espacio disponible era sobre el dintel de la puerta de acceso a las plantas superiores, se tuvo que dotar al tabique de una estructura metálica para lo que se soldaron dos pletinas de ocho mm de grueso a la estructura del edificio. 

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