Los cofrades y devotos del Cautivo y la
Trinidad siempre han tenido clara la necesidad de proyectar a sus sagrados titulares
por el barrio y la ciudad. La progresiva popularidad del Señor de Málaga
convirtió en tradicional el río de promesas que lo acompañan cada Lunes Santo o
que lo visitan a diario en su capilla. Sin embargo, los templos suelen tener unos horarios restringidos y más
de una vez los feligreses se encuentran con las puertas cerradas, sobre todo
cuando el crecimiento urbano los aleja de sus devociones iniciales.
El
primer mosaico que perdura con la imagen de Jesús Cautivo es el que en 1965
realizara el maestro Juan Ruiz de Luna Arroyo, para el lienzo de pared de la vivienda
que hacía esquina entre la estrecha
calle San Pablo y la propia Trinidad, justo frente al lado norte del edificio
paulino. Allí residía Francisco Sojo González, el popular Paco el zapatero. El mosaico
incluía una pequeña hucha que recogía hacia el interior del establecimiento las
anónimas dádivas. El vaciado y entrega de las monedas a la hermandad era todo
un rito, que se hacía con sumo cuidado, con la peculiaridad de que la familia
Sojo pertenecía a la vecina hermandad del Santo Traslado. Significativo era el
hecho de que muchas veces había que vaciar sin dilación el cepillo, ya que las
monedas rebosaban hacia la calle, casi a modo de milagro para algún necesitado que se las encontrase tiradas.
Estamos
así ante un mosaico estratégico, en un lugar de tránsito en el corazón
trinitario y a escasos metros de las puertas del templo, siendo consuelo para
muchos que se lo encontrasen cerrado. Este rincón se convirtió en un punto de
referencia, un espacio para miles de oraciones y plegarias con la mirada
dirigida al Cristo maniatado y de rostro sereno, escoltado e iluminado por las
noches gracias al resplandor de dos faroles de forja que colgaban de artísticos
soportes.
Este
mural fue regalado a título particular por el entonces alcalde de Málaga,
Rafael Betés Ladrón de Guevara, quedando para la posteridad la instantánea que
el fotógrafo trinitario Alfonso León tomó del momento de la bendición en la
mañana del Lunes Santo, al descorrerse la típica cortinilla roja pendiente de
un alambre entre los soportes metálicos, mientras un soldado del Cuerpo de Regulares
saludaba marcialmente, y los vecinos curiosos llenaban los balcones de la calle
Trinidad.
Este
primer retablo cerámico padeció la desgracia de muchos inmuebles de la zona, ya
que la ruina del edificio obligó a su retirada por parte de los Servicios
Operativos del Ayuntamiento, en una complicada operación de desmontaje de cada
uno de los 63 azulejos, que salieron casi
ilesos. En estas gestiones hay que
reconocer el desvelo de José Tirado, que coordinó la retirada, restauración y
custodia de la obra hasta su definitiva
colocación a primeros de los noventa del siglo pasado en la fachada norte de la
antigua iglesia de la Aurora María, justo al lado de la Peña Trinitaria. La
pieza se acompañó de otro mosaico de la Virgen de la Soledad de San Pablo,
realizado por la hija de Juan, Amparo Ruiz de Luna, que conserva las mismas
características e incluye un marco de hierro a manera de bastidor rematado por
una cruz.
El
mural de Juan Ruiz de Luna tiene un tamaño de 1,05 x 1,35 m, y nos presenta a
un Cristo idealizado, ya que no es fiel reflejo de la típica fotografía. Viene
enmarcado por una alegre cenefa de motivos vegetales y frutales, con plátanos,
piñas, peras, uvas, etc. en una tipología más propia del repertorio mariano, que
contrasta con la candidez de la túnica. Esta peculiar decoración tiene
referencias italianas, y en especial del maestro renacentista Luca della
Robbia. El fondo en tonos azulados viene matizado por el halo dorado que
desprende la testa regia, en un cuidado trabajo del cielo que parece reflejarse
en los tonos de la propia veste, siempre complementada por el escapulario
trinitario y el cíngulo. La policromía de la imagen es sumamente clara, hecho
que resalta en las manos, justo sobre el escueto texto Jesús Cautivo. La actual disposición adolece de la cercanía de la ubicación
primera, más aún cuando se divisa desde la barandilla de la acera, aunque es
notorio el juego geométrico que proporcionan los rectángulos cerámicos con los
ventanales circulares.
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