En la fachada del convento de
las Hermanas de la Cruz en la plaza de Arriola, luce desde 1990 un mural
vidriado con la firma de Emilio Sánchez. Es la única referencia mariana en un
entorno tan estratégico, tanto por el continuo trasiego de personas en los
alrededores del Mercado de Atarazanas como también por ser vía habitual de los
desfiles procesionales de Semana Santa.
El cuadro es testimono de unión
entre la Archicofradía Sacramental de los Dolores y las citadas sores, y
asimismo es un anónimo agradecimiento por un presunto milagro. Ocurrió que una
piadosa señora, G.C.V. posteriormente fallecida en 2010, encomendó la sanación
de un familiar directo a Ntra. Sra. de los Dolores. Aunque el enfermo padecía
una grave enfermedad absolutamente irreversible, la mujer no se arredró y en
pleno mes de octubre, por su cuenta y en solitario, acudió durante siete días a
la capilla de la Madre en la parroquia de San Juan a ofrecerle un Septenario a
dicha imagen cual si de la Semana de Pasion se tratase. Días despues, los
médicos no acertaban a explicarse cómo había desaparecido por completo un
cáncer terminal. El enfermo estaba completamente curado y la señora emocionada
y convencida de la eficacia de su oración, quiso agradecer la mediación de la
Virgen, regalando el azulejo mencionado para su colocación en la fachada del
cenobio. Así se hizo, con la gratitud y discreción de la hermandad conforme al
deseo de la donante.
Por tanto, se trata de un
lienzo vidriado que interrelaciona a una Orden con una corporación nazarena,
motivado por las gracias obtenidas por una ferviente devota. El mural es una
pieza exquisita en su sencillez, destellando sobre la mampostería de la
fábrica, sin necesitar tejaroz ni luminaria. El pintor repite en gran medida el
modelo de su mosaico del Calvario citado previamente, insistiendo en la
guirnalda decorativa que lo rodea, esta vez con un fondo verde claro, y sugiere
un plano medio de la Madre desde su perfil izquierdo. Se trata de dos piezas
muy cercanas en su producción que inciden en un estudio psicológico del icono,
que en el caso de la plaza de Arriola acentúa la diagonalidad con la soberbia
corona diseñada por Fernando Prini.
Habitual discurso de bordados a realce y sinuoso tocado en un
interminable juego de grises, que resalta los nacarados matices del rostro y
manos. Además, a modo de puzle el fondo adamascado enmarca la figura, y en la
parte inferior un pergamino agradece a las sores el amor y delicadeza para nuestra Señora de los Dolores. Finalmente, una guardilla azul enmarca una
pieza de 0,75 x 1,05 m adosada a una altura estratégica que permite la correcta
lectura del texto, que pese a sus dos décadas de antigüedad, puede definirse
como una estampa clásica cuando sirve de enmarque para oir los virginales
cantos tras las celosías.
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