Se escoge el horno malagueño de Pablo Romero para la realización de este mural vidriado que representa por primera vez en las calles malacitanas a estos dos iconos tan representativos del procesionismo local. Nunca antes, que se sepa, se habían realizado para la ciudad azulejos de Mena o de su Virgen, a lo sumo alguna pieza de colección particular de que la que no hay referencia o el rótulo del taller del escultor Juan Vega, que recuerda a Palma trabajando en la testa del Crucificado.
Romero sabe de la importancia del encargo por lo que ejercita todo su virtuosismo con un resultado inmejorable, que se convierte en un catálogo de todas sus técnicas y estilo personal.
Impresionante interpretación de las imágenes, incidiendo en su perfil psicológico y esmero en la trazada de los rostros o cuerpo del Crucificado, que transmiten fuerza o dulzura, según cada caso. Romero solventa la complicada composición del Stabat Mater y descarga las líneas rectas de la cruz sobre la orla decorativa, creando una estampa añeja, donde la monumentalidad del Señor es contrapunto del intimismo de Su Madre.
Típico fondo adamascado rojizo en cuyo interior juguetea la geometría y halo de luz que ilumina el costado y piernas del Señor, así como la dulce cara de la Virgen, que culmina con el encanto de las artes suntuarias del bordado o la orfebrería, además de las cuentas del rosario que parece en movimiento y son puntos de luz, como el clavo de los pies.
El mural se acompaña en su parte inferior de un rótulo explicativo de la corporación, ya existente previamente, y queda enmarcado en un extraño bastidor a modo de acero inoxidable que chirría en todo el conjunto (me comentan que ha sido una imposición de Cultura de la Junta de Andalucía, así como la elección del lugar).
La esencia del azulejo esmaltado es el brillo y cómo éste debe resaltar frente a la pared o espacio que lo acoge, de ahí que los mosaicos más llamativos estén sobre lienzos de mampostería. En este caso el brillo del metal del bastidor se come al brillo del azulejo, ocasionando una extraña sensación, más aún cuando a muy poco espacio disfrutamos de un interesante trabajo de herraje en tono mate negro, que sustenta el balcón y lo enmarca o incluso de las farolas, que hubiese sido más propio para rodear el mural.
Cuestión aparte, y para ello sirve de referencia esta última fotografía es el brutal contraste que existe entre los murales del Paso y la Esperanza, junto a su escudo y tejaroces, frente al conjunto de Mena, dentro del contexto del balcón, la puerta, iluminación y los herrajes.
Como un ejercicio visual es fácil comprender que lo más apropiado hubiese sido colocar el mosaico, que se empequeñece en demasía frente a sus compañeros de la derecha, a una mayor altura, quizá su parte superior donde están los faroles, por lo que hubiese hecho falta un mayor tamaño, similar al de sus vecinos, ya que se hubiese producido una simetría, en la que, eso sí, hubiese faltado una cuarta pieza.
Por tanto, desde mi humilde opinión, aunque estamos ante una pieza soberbia, elegante, queda empequeñecida en la ubicación elegida, rompe la linealidad de la fachada, siendo su único acierto de ubicación, la altura para una mejor lectura del texto y su enmarque junto al rótulo inferior.
Como sugerencia y con espíritu constructivo sugiero la búsqueda de una mejor ubicación, desmostándose del espacio escogido, y a ser posible la simulación del brillo industrial del bastidor.
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