Queda para el final la pieza más
importante. Su valía radica tanto por su
presupuesto y calidad, como por las connotaciones históricas que se le
asocian. Se trata del retablo adosado entre el portón del salón de tronos y las
nuevas dependencias del museo de la corporación en la plaza de Bailén. Este
mosaico puede definirse como un mural modelo, ya que el viandante tiene la
sensación de encontrase ante una hornacina callejera que sobresale de la pared.
Ello se acentúa por el efecto de tridimensionalidad. La obra, de 3,60 x 2,25 m aproximadamente, tiene el inconfundible
sello de los talleres de Cerámicas Santa Ana y la firma de Patricio Zabala,
siendo hasta el momento su obra cumbre para la capital.
Los cofrades del Cautivo y la
Trinidad tenían claro que una efemérides tan especial como la Coronación Canónica
de su cotitular mariana, coincidiendo
con el Año de la Santísima Trinidad en 2000, merecía un recuerdo cerámico en
consonancia. Así este trabajo se enmarca en el conjunto de estrenos suntuarios,
tan importantes como la acción caritativa y asistencial o el sentido formativo
que acompañó aquel histórico Año Jubilar para esta fraternidad. La obra se sale
de la línea habitual de la azulejería local, comentario común en el momento de su
bendición en la madrugada del domingo 22 de octubre, cuando culminaba la
procesión triunfal desde la Catedral hasta la casa hermandad.
El mosaico sigue al pie de la letra
el modelo del azulejo de la Virgen de la Estrella para la fachada de la iglesia
de Santa Ana, en Triana, obra del maestro Antonio Kiernan de 1950. El mural
presenta múltiples similitudes, pero no llega a alcanzar el nivel de
enriquecimiento del modelo original, especialmente en su ático. En tamaña
maravilla participaron además los pintores Facundo Peláez y Emilio García García, para labrar el marco
arquitectónico. Un tercer mural de
similar disposición es el de Ntra. Sra. del Mayor Dolor, sito en la fachada de
la parroquia jerezana de San Dionisio, labrado en décadas posteriores.
La ubicación seleccionada para el
mosaico de la Trinidad ofrece pros y contras. Por un lado se escoge un espacio
de la propia casa hermandad junto a la salida de los tronos en Semana Santa, y
contrarresta, en cierta medida, la menor calidad del lienzo vidriado del
taller de Santos Campanario citado previamente.
El ámbito es genuinamente trinitario y está a una altura media que
posibilita la perfecta visión de los detalles más pequeños. No obstante, este
mismo hecho tiene el inconveniente de que en muchas ocasiones pueda estar medio
oculto por los vehículos que estacionan en dicho enclave, siendo preferible su
visión desde el lado opuesto de la calle. Pese a lo accesible de los azulejos,
hasta el momento la pieza ha sido respetada pero queda algo escondida en una vía
poco transitada. Por ello, tal vez el
mosaico de la Coronación debería haber optado por otro entorno, incluso
superando el perímetro del barrio, aunque siempre habrá tiempo de recordar, por
medio de azulejos y con motivo de algún aniversario, aquel momento jubilar.
Este mural es una de las únicas
piezas tridimensionales de la ciudad, contrapunto casi medio siglo después del
vecino mural de la Virgen de la Soledad de San Pablo, que se relatará en el
apartado del Viernes Santo. Por ello, se puede afirmar que el vidriado de la
Trinidad es la obra cerámica más importante realizada en las últimas décadas,
dejando el listón muy alto para posteriores proyectos.
En las columnas arquitectónicas residen
heraldos musicales, y se recuperan algunas piezas descatalogadas del alfar de
la sevillana calle de San Jorge, con una nítida influencia de la arquitectura
sevillana de edificios nobles, que pasó al campo de la cerámica a mitad del
siglo pasado. El mosaico trinitario viene configurado en su parte superior por
una guirnalda, querubines y el escudo corporativo, y en la parte inferior, por
una elegante repisa con motivos florales y tres óvalos con el año de ejecución, la
leyenda de la Coronación y la rúbrica de autoría.
La estampa de la Virgen contiene un
virtuosismo de dificil superación, destacando como el cuidado trabajo de la
corona o el terno no distrae de la mirada de la Madre, enmarcada correctamente
en la red nodular. Son notables los tonos rojos, malvas y dorados de los hornos
hispalenses, así como el azulado brillo de la plata de la peana. El trampantojo
surge en la media concha que sirve de fondo y aporta profundidad a la figura,
en una degradación de los amarillos, que realzan aún más la mirada ensimismada
de la Reina Coronada.
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