Ascendiendo
por Carretería, la antigua ronda de la muralla, se llega a la calle Andrés
Pérez, vía que conduce hasta la plaza de los Mártires. Allí radica el antiguo convento de la Divina
Providencia de las RR.MM. Dominicas, vulgo Catalinas. Se trata de un espacio
histórico que padece renovadas ansias de exclaustración, esta vez materializadas
en un complicado intento de venta en tiempos de crisis, con el símbolo de abandono de la vacía hornacina de su fachada. Por fortuna la iglesia continúa abierta, y en
su interior una amable guardesa puede explicarnos la profusión de arte e historia
que cobijan sus muros, así como el viacrucis cerámico que circunda la única
nave.
En
el perímetro de su fachada lucen dos piezas cerámicas bien distintas. La
más antigua alude al anterior Nazareno de Viñeros, que tallara en
posguerra el escultor y tallista local Adrián Risueño, y que más tarde fue
sustituido por la portentosa efigie del sevillano Francisco Buiza. Este mosaico
histórico, al igual que la del Nazareno del Paso del Puente de los Alemanes,
rememoran imágenes que ya no se encuentran al culto, bien por haber sido
pasto de las llamas del odio y la incultura, o bien por haber sido sustituidas
por otras tallas de mayor calidad artística.
El
retablo es una auténtica obra de arte del alfar de Ramos Rejano, en concreto de
su pintor Alfonso Chaves, tal vez de los años cincuenta del siglo pasado.
La armonía de la pieza es notable, así como su adaptación al noble edificio.
Para ello se le dota de un esbelto enmarque arquitectónico en sintonía con
la propia portada del cenobio. El panel viene rodeado por dos molduras a modo
de pilastras, que sirven de soportes a un arquitrabe con tímpano que cobija el
panel de plaquetas. La base de las columnas reposa sobre una cornisa con remate
invertido con pinjantes o guirnaldas. Además, el retablo viene coronado por una
pequeña cruz escoltada por dos pináculos. Estos detalles demuestran el sumo cuidado y el
conocimiento artístico de sus promotores en épocas ciertamente
precarias en el mundo cofrade.
La
pieza presenta un tamaño de 0,60 x 0,80 m, y viene rematada por un trampantojo
proporcionado por un arco de medio punto. La pátina del tiempo ha
generado un aire clásico en los tonos amarillos y cobaltos, que alcanzan
especial relevancia en las figuras de los angelitos, que juegan con el cíngulo
del Nazareno y que reposan sobre una impresionante peana de carrete, en armonía
de perspectivas.
La leyenda del mosaico es Cristo de los Viñeros, hecho que puede dar algunas pistas sobre su
financiación, tal vez por el gremio alusivo. El esmalte presenta abundante
craquelado, lo que le confiere un plus de calidad. Referir que uno de los
querubines ha recibido un impacto en
el abdomen, aunque no obstante permanece sonriente.
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