De
nuevo Francisco Palma y la azulejería se dan la mano en el retablo que decora
la fachada de la sede de la cofradía de Zamarrilla en calle Mármoles. Se trata de una magna pieza de 1,50 x 2,10 m
que propone un Stabat Mater similar
al que se venera en la recoleta ermita, como así atestigua un texto
apergaminado cuyo barroquismo chirría
en la letra m minúscula de la advocación cristífera.
El
trabajo viene firmado, al igual que el vecino mural del Santo Suplicio, por
Salvador Valencia, de la plantilla de Santa Ana, proponiendo un trabajo algo
desconcertante. Por un lado, destaca la
correcta definición de las imágenes y sobre todo la armonía del conjunto,
teniendo en cuenta los dispares tamaños de los iconos. Las pinceladas captan
las esencias de muerte serena del Señor, frente al amargo dolor de
Zamarrilla. Ante la verticalidad
hercúlea del torso desnudo, se nos
sugiere un virtuoso ejercicio de pliegues en los bordados del manto rojizo,
diferenciándose de las técnicas de los hilos con los de la saya. La imprescindible
rosa resalta sobre un labrado pecherín y
compite en tonalidad con las rodillas ensangrentadas.
No
obstante, el mural pierde parte de su dramatismo con una orla a modo de
guardilla sumamente escueta y repetitiva, y asimismo, el mensaje se convierte
casi en anécdota en la alusión a la
ermita, que más bien parece una maqueta, y en el paisaje histórico que
recuerda un decorado belenístico.
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