DEL LIBRO JESÚS DE NAZARET EN LOS RETABLOS CERÁMICOS DE MÁLAGA.
En
el caso de la hermandad perchelera de la Expiración, referimos dos mosaicos
corporativos y al menos otros dos cuadros familiares. El mural más emblemático se halla a la
derecha de la puerta principal de su sede canónica de San Pedro, en la actual
plaza de Enrique Navarro, colindante con la avenida de la Aurora. La bendición de este mosaico data de marzo de 1946,
coincidiendo con la culminación de las obras de remodelación del templo que se
iniciaron tres años antes. Por tanto
este retablo es el primer gran mural corporativo de posguerra, siendo legítimo
heredero de la tradición que empezó a atisbarse con los vidriados del Nazareno
y la Esperanza, que sin duda tuvieron que ser un referente en el encargo de
esta pieza, que a diferencia de los anteriores incluye de manera conjunta a los
dos titulares.
Su
ubicación actual queda algo descontextualizada por la desaparición del
entramado callejero de la feligresía de San Pedro, de ahí que hoy aparezca algo
minimizado entre las colmenas de bloques que partieron el Perchel en dos mitades
irreconciliables. Estamos ante un
mosaico de 1,65 x 2,30 m, con la firma de
Hijo de Jose Mensaque y Vera, hoy Antonio Vadillo Plata, Triana Sevilla. La
obra está pintada por Eloy Recio a partir de un boceto de José Recio. Es
sintomático cómo el apunte del diseño viene añadido con posterioridad, ya que
aparece con una letra de menor tamaño y en un espacio demasiado ajustado. Esto hace
suponer que Eloy hijo quiso reconocer la participación de su ya anciano padre
en este trabajo. El retablo intenta ser
fiel reflejo de la producción del maestro hispalense Pérez de Tudela, pero no
consigue la fuerza ni la calidad de los clásicos azulejos del Gran Poder. En la
pieza perchelera se combinan detalles magistrales con otros desconcertantes.
Así el rostro y la silueta del Crucificado son sublimes, con un aire
ciertamente añejo de un Dios clavado y expirante que implora a su Padre en los
cielos. Magníficos apuntes son las
columnas corintias y los ángeles que, como Atlantes, sostienen la pesada arcada
arquitectónica, de una sutil paleta en cuerda seca.
Sin
embargo, la centralidad de la cruz queda descompensada con el añadido del icono
mariano, que de manera sumamente forzada aparece algo desproporcionada en la
parte derecha de los azulejos, creando una extraña sensación visual que no deja
clara su mayor o menor cercanía al espectador, pese a quedar el manto tras el patibulum. La estampa se basa en una
clásica fotografía en blanco y negro de los dos titulares, similar a la que
preside en el salón de actos de la casa hermandad, que al plasmarse en plaquetas
coloreadas distorsiona las perspectivas. Pese a ello, el trabajo del perfil de
la Virgen nos retrotrae a la década de los veinte, con una efigie poco enjoyada
y un peculiar gesto femenino, dónde resaltan los minúsculos labios en una faz
casi oculta por el tocado, todo ello rematado por una soberbia presea en oro y
plata, en base a la técnica de cuerda seca.
La irregularidad del conjunto obliga al añadido de algunos azulejos
blancos que conforman un rectángulo perfecto, pero que desmerecen de la calidad
que pretende esta obra. Además, se debe incidir en las distintas roturas que
presentan las losetas, detectándose al menos media docena de impactos, algunos
de ellos casi traumatismos, como el
de la rodilla izquierda del Cristo, que dejan a la intemperie el bizcocho o
arcilla base del azulejo. Además se
verifican distintas grietas por el mural lo que hace casi obligatorio el
estudio y posterior restauración de este retablo, unido a un mayor esmero en el
cableado que lo rodea por su parte superior, en el cual figura un rotundo
tejaroz a tres aguas que sintoniza a la perfección con la portada de San Pedro.
Las
gestiones sobre este mosaico fueron debidamente debatidas durante varias juntas
de gobierno de 1946, mostrándose el presupuesto y el diseño a todos los
reunidos, con aprobación unánime. Además,
se decidió encargar diversas piezas menores para su posterior venta, aunque esta
circunstancia parece que no se verificó. La contratación de este retablo se enmarca en
un conjunto de importantes gastos en carpintería, alfombrado, rejería o
vidrieras artísticas para el templo de San Pedro. Esto demuestra que sus
propulsores comprendían que una vez reabierto el templo, era necesaria la
presencia continuada de una proyección externa hacia el entramado callejero de la zona, ubicando
claramente la recuperada sede canónica tras el periodo de provisionalidad en la
iglesia del Carmen.
DEL LIBRO "MARÍA EN LOS RETABLOS CERÁMICOS DE MÁLAGA"
Al
hablar de la cerámica devocional malacitana es obligado referenciar el mural de
posguerra de la fachada de la parroquia de San Pedro, recientemente remozado
por la empresa granadina Tarma Restauración, que le ha devuelto todo su
esplendor sin perder su sello de solera. En el primer libro ya se incidía en
este trabajo del sevillano Eloy Recio, del taller de Hijo de José Mensaque y
Vera, que combina de manera insuperable la técnica del azulejo plano pintado,
con apuntes de cuerda seca que aporta profundidad a la escena. Destaca la descompensación de la fotografía,
protagonizada por la centralidad de la Cruz, lo que no es óbice para que la
Dolorosa retrotraiga al espectador al primer tercio del siglo pasado en una
estampa llena de encanto y cercanía, que sin abundar en los detalles tan
propios de estas piezas, afronta la cuerda seca para realzar los brillos de la
presea sobre el fondo adamascado o
insinuar el grosor de las cuentas del rosario que pende de sus manos.
El
bordado también parece a realce y sirve de base del triángulo isósceles que
representa la figura, que simbólicamente
abraza la base de la cruz. La propia esencia de los iconos impide un dialogo
visual entre los mismos y tampoco se verifica una mirada hacia el devoto, y así
la Madre aparece como ausente y ensimismada en su dolor.
La
reciente restauración ha posibilitado la recuperación de los colores y brillos
originales, con especial relevancia de los matices metálicos del terciopelo de
la saya, que realzan el trabajo de los bordados de la misma. Notable es, asimismo,
la mejora de los azulejos del rostro de la Madre, que habían perdido parte del
esmalte, recuperando en gran medida su aspecto original. Esta obra maestra de
la azulejería local ratifica el primoroso cuidado de los encargos patrimoniales
de esta fraternidad.
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