En la fachada este del templo de los Mártires
resaltan por sus intensos tonos amarillos, casi anaranjados, sobre un elegante
lienzo de ladrillo pintado, sendos murales del prolífico ceramista sevillano
Emilio Sánchez Palacios, quizá el autor con más trabajos firmados en relación a
su edad, pudiéndose afirmar que se trata
de uno de los artistas más cotizados en la actualidad, con altas cotas de
calidad que casi rozan la perfección en los semblantes y en la concepción del
azulejo como vehículo transmisor de sentimientos. Los mosaicos vienen bajo la marca Cerámicas
Santa Ana, con el añadido de la firma Emi,
que se trata una antigua rúbrica de juventud.
El
Nazareno del sanroqueño Ortega Bru se muestra majestuoso, sin perder en los
azulejos ni un ápice de la fuerza que lo caracteriza. La testa y las manos son
impactantes, con un pormenorizado trabajo del pelo y de las marcadas facciones,
que parecen talladas en madera esmaltada.
La acción de carga del madero crea cierto efecto de equilibrio ya que la
posición de las manos parece buscar la verticalidad, con un gesto de tensión
que abre los dedos para acariciar la cruz con las yemas, mientras que se marcan
de manera exagerada las venas y las falanges.
Los
retablos de Jesús de la Pasión y de la Virgen del Amor Doloroso son gemelos en
tamaño y estilo, con unas proporciones de 1,05 x 1,50 m. Están armonizados con
un guardapolvo azul marino, contrapunto de los tonos cálidos del esmaltado y de
la propia pared. El efecto de trampantojo es notable, creándose la sensación de
que Jesús sale bajo el medio punto de la puerta de los Mártires, rozando la piedra como hace cada tarde de
Lunes Santo. La insistencia cromática es algo excesiva, aunque queda matizada
en la parte inferior con una gradación más fuerte, realizándose una notable
ejecución del adamascado a partir de sencillas líneas negras.
Estos
mosaicos fueron desprovistos de unos robustos tejadillos verdosos a tres
aguas, que encorsetaban en demasía los lienzos.
No obstante, se creaba un interesante efecto visual con las columnas
salomónicas decoradas con guirnaldas que escoltan las piezas, marca de la casa
del Sánchez Palacios en algunos de sus trabajos. Quizá, el único elemento
discordante sean los pequeños querubines bajo los capiteles corintios, aunque
aportan cierta relajación en la intensa escena, que incluye el impacto de
alguna pedrada. Ello demuestra que este mural, una de las mejores obras
modernas de la ciudad, no deja a nadie indiferente, incluido a los energúmenos.
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